Solamente haré un pequeño apunte antes de empezar la segunda parte de este relato y es que ¡ésta es la entrada número 100 de Todosemprendemos! Bonita cifra, gracias a todos.
Dejo de aburriros y continuamos:
Así que mi carrera profesional en Dallas empieza. Ahora soy vendedor de software en “YourBusiness Software” en Dallas. 18.000$ al año. La primera tienda de software al por menor en Dallas.
Tengo que barrer el suelo y estar allí para abrir la tienda cada mañana, pero eso no es algo malo. Cuando les contaba a mis futuras ex-novias que vendía software y estaba en el negocio de los ordenadores, omitía la parte de barrer el suelo. Además, tengo que llevar traje para trabajar y eso quedaba muy bien en los bares de comida rápida a los que iba al terminar el trabajo. Lo mejor de todo es que la tienda no abría hasta las 9:30 de la mañana, lo que significaba que si salía por la noche, al menos tenía un poco de tiempo para dormir.
Apuesto a que en este instante estás preguntándote cuál era mi objetivo, cuál era mi meta. Era feliz de poder tener un buen trabajo. Era feliz por trabajar en una industria en la que podría desarrollar una gran carrera profesional. Con 24 años, estaba eufórico solamente por tener la oficina al lado del mejor sitio de comida rápida y porque por fin podía tener más de 20 dólares para gastar en una noche en la ciudad.
Ya que estoy hablando de fiesta, tengo que decir que mis amigos y yo éramos muy eficientes en esa área. Más allá de lo que gastábamos para vivir a base de la comida rápida y de los “happy hours”, acordamos que ninguno de nosotros podría llevar más de 20 dólares por noche durante el fin de semana. De esta manera todos podíamos seguir el mismo ritmo. Al menos esa era la estrategia, y lo fué hasta que nos dimos cuenta de la clave para tener una gran noche y encima barata. La clave era la compra de una botella de champán barato, realmente barato. Ni siquiera puede deletrear el nombre, pero era una botella llena y costaba 12 pavos. Quitaba la etiqueta de fuera y nadie sabía que era barato, pasaba a ser Dom Perignon. Cada uno de nosotros compraba una, y con ello disfrutábamos toda la noche. Era mucho más barato que comprar cervezas o cubatas durante toda la noche, y nunca tuvimos que pagar una bebida a una chica, ¡Sólo hacía falta darles un poco de champán! Por supuesto que al día siguiente era un infierno, pero... ¿Desde cuándo éramos lo suficientemente responsables para ocuparnos de la resaca?
Pero estoy divagando. Volvamos a hablar de negocios. Estaba tan entusiasmando como asustado con mi trabajo, tenía miedo. ¿Por qué? Porque nunca había trabajado con un ordenador de IBM en la vida. Ni una sola vez, y ahora tenía que vender software para ese tipo de ordenadores. Entonces, ¿Qué debía hacer? Hice lo que todo el mundo hace: racionalizar. Me dije que la gente que iba a llamar a la puerta sabrían tan poco como yo del tema, así que empecé a hacer lo que le dije a mi jefe en la entrevista que iba a hacer: leer los manuales, y así iría un paso por delante. Eso es exactamente lo que hice. Cada noche me llevaba a casa un manual de software diferente y lo leía. Por supuesto, la lectura era cautivante: Peachtree, SLP, DBase, Lotus, ACCPAC ... no podía parar. Todas las noches le leía alguno después de llegar a casa, no importaba lo tarde que fuera.
Por supuesto que era más fácil durante los fines de semana. Después de beber el champán barato, no me levantaba de la cama hasta las 9 de la noche del día siguiente, así que tenía un montón de tiempo para tumbarme en el suelo y leer. Funcionó. Resulta que no mucha gente se molestaba en RTFM (Read the frikin’ manual/ Leer el maldito manual), por lo que la gente empezó a pensar realmente yo controlaba del tema. Así que poco a poco entraba más gente, ya que yo conocía a la perfección todos los paquetes de software que ofrecíamos y podía darles una comparación honrada, cosa que respetaban los clientes.
Al cabo de unos 6 meses, empezaba a construirme una importante clientela, ya que también había pasado tiempo con los ordenadores de la tienda para aprender a instalar, configurar y ejecutar el software, y empecé a tener clientes que me pedían que instalara el software en sus propias oficinas. En esos casos cobraba un suelo adicional por ser consultor: 25 dólares la hora, separado de lo que cobraba en la tienda. Eso se convirtió en un par de cientos de dólares extra por mes y cada vez iba a más. Estaba ahorrando, tanto que me pude mover del hotel (era así como llamábamos nuestra casa), donde 6 de nosotros vivíamos, a un apartamento de 3 dormitorios en la calle de enfrente, donde sólo éramos 3. ¡Por fin, mi propia habitación!
Estaba ganando dinero como consultor. Empezaba a tener referencias. Pasaba rato hablando por teléfono con empresas para obtener nuevos negocios. Incluso llegué a un acuerdo con un consultor local que me pagó por conseguirle contactos, lo que me llevó a obtener un cheque de $ 1500. Fue la primera vez en mi vida adulta que fui capaz de tener más de 1.000 dólares en el banco.
Ese fue un momento especial, lo creas o no, y ¿Qué podía hacer para celebrarlo? No... no compré mejor champagne jeje. Tenía en casa esas toallas raídas con agujeros que eran tan desagradables y asquerosas que necesitaba una ducha después de secarme tras una ducha... así que salí a comprar 6 de las más mullidas y elegantes toallas que pude encontrar. Estaba en la cima del mundo. Tenía las toallas. La vida era genial. El negocio iba bien y cada vez mejor para mí. Estaba construyendo mi base de clientes, empezando a comprender toda la tecnología, y me estaba estableciendo como alguien que entendía el software. Más importante aún, me di cuenta que me encantaba trabajar con ordenadores. Nunca lo había hecho antes. No sabía si éste iba a ser un trabajo que encajara conmigo o que incluso me gustase y resulta que tuve suerte. Me encantaba lo que estaba haciendo. Me iba tan bien que incluso salía menos de fiesta... entre semana.
Entonces un día, cuando llevaba unos 9 meses en mi carrera como vendedor/consultor, un cliente me preguntó si podía ir a su oficina para cerrar un trato a las 9 de la mañana. Por mí no había problema, el problema era con mi jefe, Michael Humecki. Michael no quería que fuera. Tenía que abrir la tienda. Ese era mi trabajo. Estábamos en una tienda, no en una consultora. En ese momento sonó estúpido para mí, sobretodo porque el día anterior había estado visitando clientes. Supongo que Michael pensó que yo estaba tomando el almuerzo.
Momento de tomar una decisión. Siempre las pequeñas decisiones son las que tienen el mayor impacto. Todos tenemos esos momentos en que tienes que decidir qué hacer, si seguir las órdenes o hacer lo que sabes que es correcto. Seguí mi primer instinto: cerrar la venta. Supongo que podría haber reprogramado la cita, pero pensé: nunca des la espalda a un acuerdo cerrado. Así que llamé a uno de mis compañeros de trabajo para abrir la tienda por la mañana y así yo pude cerrar el trato. Al día siguiente llegué con el cheque en la mano del nuevo cliente y Michael me despidió.
Pero hombre no nos dejes asi¡¡¡
ResponderEliminarApuesto a que la historia acaba bien, todos tomamos en la vida decisiones que pueden ser equivocadas, pero de los errores uno aprende, ademas, estoy segura de que cuando se cierra una puerta, se abre otra ... solo que hay que aprovechar el momento y dejarse de lamentaciones.
Jeje aún faltan dos entregas más Amparo, habrá que esperar para saber el desenlace! ;-)
ResponderEliminarLa verdad es que es una historia genial, tienes razón en que cuando se cierra una puerta, otra se abre...
Esto se va tornando interesante, dos cosas rescato del escrito, la primera gracias a la perspectiva que comenzó a mirar su trabajo pudo ir creciendo en él, en segundo lugar un ejemplo más que en muchas empresas buscan robots y no personas que decidan lo mejor para el negocio.
ResponderEliminarUn abrazo Pablo, hasta la semana que viene.
Cierto, lo de las empresas que buscan robots he podido vivirlo personalmente algunas veces. Hay algunas que lo único que buscan es exprimir al máximo a sus empleados y fomentar una competitividad feroz entre ellos. Y a quien se atreve a cuestionar algo o no seguir estrictamente las reglas ya sabemos lo que le pasa...
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu comentario Germán!
Mi opinión es que el chico ha tomado la decisión correcta. Creo que hay que tomar decisiones valientes en la vida, escuchando tu voz interior, tu corazón o tu instinto, como te guste más llamarlo. Además, la tienda ya se le quedaba pequeña... Que emoción!
ResponderEliminarGracias por tu comentario Ana! Veremos lo que pasa en el próximo capítulo...jeje
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